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miércoles, 4 de abril de 2012

Contrapropaganda: Vidas de santos, el complejo (III)

Conocemos como síndrome o complejo ante las vidas de santos el conjunto de  posiciones tácticas a la defensiva que el ciudadano adopta ante los discursos contrapropagandistas, que amenazan su rango de sujeto adulto. Verbigracia, es en el célebre video en el que Aznar se mostraba renuente a que la DGT ejerciese el control sobre las copas de vino que podía consumir a la hora de manejar el volantedonde mejor se concentra dicho complejo. «¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?», se quejaba el ex presidente, apoyándose en esa actitud de desobediencia a la autoridad típicamente macarrilla y juvenil del chaval desorientado que no acepta las normativas del padre. Pero como siempre: hay malos padres a los que exterminar cuanto antes y buenas autoridades a las que mimar.
Dentro de ese síndrome no es infrecuente la réplica que busca dar caza y captura a las fisuras morales que rebajen la calidad del discurso agresor; de lo cual, por cierto, se deduce que la moral jamás dejó de ser importante. Si no, ¿a qué iba a deberse la conducta ofendida del acomplejado? Si uno echa un ojo a las preguntas con que la prensa suele abordar la obra de Miguel Brieva, que para eso probablemente es el mejor contrapropagandista español, advertirá la presencia de un interrogante fijo, más bien cretino (o bueno, en realidad muy cretino), que en principio debería reflejar las inquietudes de los lectores: por qué publica en una multinacional (atención al titular en esta entrevista de Carmen Mañana, «Me he corrompido para defender ciertas ideas», que lo dice todo), cuando no por qué tala árboles que sirvan como soporte a sus ecologistas viñetas. Bueno.
De manera subterránea, el objeto de tales preguntas es limitar el valor del enunciado que blande el contrapropagandista, humanizar al santo, atildar sus errores sobre su condición sobrehumana y aliviar la culpa que provoca dialogar con el sujeto de elevados principios, pues eso es lo que se espera en una sociedad en la que sólo puede caber una sola clase y en la que todos somos desobedientes a la par que adultos.
De vuelta a Aznar, casi más interesante que su voluntad de manejar el volante con las copas que él considere oportunas es otro comentario en ese mismo e infausto video: «A mí no me gusta que me digan: “no debe usted comer hamburguesas…”», entre otras razones porque son el vegetarianismo y el veganismo dos de las prácticas que socialmente se encuentran más expuestas al síndrome de las vidas de santos.
Aquí van, así pues, algunas razones por las que el señor Aznar no debería comer hamburguesas. Uno. Porque las dietas occidentales, fundamentalmente carnívoras, presentan elevados índices de enfermedades como la obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer, estando una tercera parte de los cánceres vinculados a este tipo de dietas (así lo asegura Michael Pollan aquí). Dos. En el caso de que le traiga sin cuidado su propia salud, puede ponerse al tanto de cómo afectan sus costumbres a otras especies sintientes, dado que a mí también me trae sin cuidado su propia salud (en este sentido, me llama poderosamente la atención el hecho de que el grueso de las campañas antidroga se centren de manera narcisista en los daños que implican al consumidor, en lugar de centrarse, por ejemplo, en sus implicaciones en la economía sumergida; o dicho de otro modo: me importa una comino que os hagáis harina el cerebro, si bien lo que no me trae sin cuidado son los cocaleros colombianos). Hay numerosa información sobre el funcionamiento de losmataderos industriales en nuestro tiempo, si bien puede empezar por echar un ojo al video abajo colgado. Tres. Si incólume resiste al visionado, considerando que las mujeres y los negros tienen derechos, pero no así otros seres sintientes, y por eso bien está reventar a palos a los cochinos que digiere; entonces puede preguntarse acerca de los cultivos transgénicos, apenas inventados para sostener las dietas occidentales; o del impacto que producir carne industrialmente (para luego vender hamburguesas a un euro en un fastfood cuyos escaparates serán llorados en algún periódico nacional cuando en mitad de una huelga a alguien se le ocurra pegarles fuego) tiene en el medio ambiente y en la propia comida consumida[1].
Cuatro. Y si aun así, entonces es de los cínicos que se preguntan: «¿cómo vamos a imponer a alguien que viene de los países del Sur —o del subdesarrollo franquista, para el caso— una dieta basada en legumbres, verduras, frutas y cereales?», entonces la respuesta es sencilla: como sigamos hinchando la burbuja alimentaria, y los BRIC se sumen a las dietas occidentales, su estallido tendrá consecuencias mucho peores que  las de una burbuja financiera, pues, embobados aún con la fantasía de los recursos ilimitados, no nos quedará otra que comer nuestra propia deposición. Y ni vosotros ni yo queremos eso.
A fin de cuentas, Aznar aportaba un importante condicional a su reclamo para actuar como le viniese en gana: «Mientras no ponga en peligro a nadie», decía, afortunadamente. Algo más tranquilos nos deja.

[1] «Nuestros agrosistemas industriales producen graves y crecientes impactos ecológicos, entre los cuales cabe contar: desforestación, desertificación de extensos territorios, destrucción del suelo fértil, pérdida de biodiversidad, alteración del ciclo global del nitrógeno, difusión de tóxicos biocidas en el ambiente, sobreexplotación y contaminación de los acuíferos, sobreexplotación de aguas superficiales (sin respetar un mínimo caudal ecológico de los ríos), despilfarro de agua (captada a menudo con gran impacto ambiental), eutrofización de lagos y mares, enorme despilfarro de energía…»
Jorge RiechmannHacia una agroética”

1 comentario:

Paola L. dijo...

Es siempre asi que funcionan las cosas y no solo en nuestro pais,sino en el mundo,basta que las personas hayan tenido o tengan cierta autoridad y ya se creen intocables. Paola L.