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domingo, 24 de julio de 2011

Esto es lo que ocurre al presentar excusas culturales para problemas económicos

las autoridades tienden a despreocuparse de los terroristas de la extrema derecha por considerarlos "locos solitarios" [...] un "loco solitario" resulta menos preocupante y más fácil de explicar que la posibilidad de que los nazis se estén dedicando al terrorismo organizado

Stieg Larsson, La voz y la furia


Con el previo aviso de la burbuja de Internet, el 11-S derivó sus consecuencias en dos planos; uno cultural, el otro económico. Quizá entonces lo más impresionante fuese el desplazamiento del fin de la historia por el choque de civilizaciones como textos a partir de los cuales explicar el mapa internacional de la época, y la así llamada guerra contra el terror.

Pero lo más importante cuajaba en un segundo plano. En El nuevo paradigma de los mercados financieros, Soros recuerda que para «contrarrestar la desaceleración de la economía, la Reserva Federal siguió reduciendo los tipos —hasta un 1 por ciento en julio de 2003, la tasa más baja en medio siglo, tasa que se mantuvo un año entero—». Luego, con el dinero por los suelos, llegaría la burbuja inmobiliaria. «La crisis del crédito tuvo origen en un clima, un problema y un error. Pero también en un fracaso: el de los reguladores, los políticos y los directores de bancos centrales, cuya función consistía en detectar el peligro económico.» (Lanchester). Y justo ahora, Estados Unidos se debate sobre cómo evitar la suspensión de pagos, con una dura y poderosa oposición de la derecha.

Es decir, mientras buena parte del mundo permanecía atento a lo que estaba pasando en Oriente Medio y la guerra contra el terror, los bancos aumentaban sus ganancias aprovechando la coyuntura y los nuevos instrumentos financieros, y apostando más fuerte. Algunos salieron muy bien parados de aquella situación.

Entre tanto, es posible que las movilizaciones en contra de la OMC celebradas en Seattle en el año 1999, antes de las burbuja de Internet, del 11-S y de la crisis económica, sean uno de los principales iconos de los movimientos alterglobalización, cuya máxima popularidad comprendió los comienzos de nuestro siglo. En la película Battle of Seattle, una periodista la pregunta a un manifestante si realmente el mundo no tiene otros problemas más importantes que salvar a las tortugas. En esencia, esa fue la imagen que en ocasiones pareció trascender de aquel movimiento. Un montón de tipos nacidos en países desarrollados, con una profunda conciencia solidaria, viajando a Seattle, Génova o Barcelona para defender la participación y los derechos de los países del Sur.

Al revés, hoy los tipos nacidos en países desarrollados son los que salen a la calle a movilizarse por su propia situación. Paralelamente, la extrema derecha va ganando espacio en Europa. Los atentados de Noruega, que en un primer momento levantaron las sospechas de Al Qaeda, no han tardado en poner sobre la mesa la alarma del populismo. Así lo narra Pere Rusiñol desde Público y Nicholas Kulish desde el NYTimes. Contrariando a Larsson, el analista político Hajo Funke conviene que «This may be the act of a lone, mad, paranoid individual, but the far-right milieu creates an atmosphere that can lead such people down that path of violence Victor Lapuente se opone a «una lectura política simplista, vinculando la barbarie al ascenso de la derecha populista en la Europa del norte y responsabilizando a sus líderes políticos de inspirar este crimen.» Ahora bien, ¿seríamos igualmente laxos si el atentado lo hubiese ejecutado el terrorismo islámico?

A modo de curiosidad, más o menos escalofriante, según la mitología, Zeus rapta a Europa en Tiro para luego llevarla a Creta. Es ahí, pues, en Oriente Medio, donde se encontrarían nuestros orígenes. Y Coudenhove-Kalergi, principal pan europeísta, convino en los años veinte, en su libro Idealismo práctico, que el futuro pudiera ser de una única raza, euroasiática-negroide, como causa del mestizaje. Pero esto es algo a lo que no pocos políticos continentales se oponen.

El Partido de la Libertad se mostró en 2009 como segunda fuerza política en las europeas de Holanda. Su representante, Geert Wilders, recientemente fue absuelto tras ser acusado de incitar al odio racial. Entre otras cosas, Wilders afirmó que Israel combate “por todos nosotros”, comparó el Corán con el Mein Kampf, anunció que más Islam trae consigo menos libertad, crítico las “utópicas ideas sobre el relativismo cultural”, y se jactaba de haber fundado su partido para impedir la entrada de Turquía en la Unión. Una vez más, en Wilders persiste la práctica demagógica de contemplar el Islam como una religión monolítica. Algo impensable con el cristianismo.

Ciertamente, Turquía, enemiga de Wilders, como responsable del holocausto armenio, podría significar la máxima expresión de la pesadilla que se cernió sobre Occidente con los atentados sobre las Torres Gemelas, repetición de las cruzadas con los turcos como enemigos, masacre a todo un pueblo cristiano ejecutada en nombre del Islam. Pero eso fue antes de la revolución kemalista, que implicaría una tentativa de progreso social que se anticipaba a países como el nuestro. Con el nazismo, daría cobijo a científicos y artistas perseguidos en los años treinta y cuarenta. Durante la Guerra Fría, tal como afirma el historiador Daniele Ganser, la OTAN se sirvió de Turquía a su antojo como enclave estratégico con que frenar el avance soviético. El país entraría a la OTAN y mantendría acuerdos con la CEE en el sesenta y tres; en esa década haría acopio de armas nucleares y establecería relaciones diplomáticas con Israel. Tiempo después se discutiría la pertinencia del país euroasiático en la Unión. Y luego, perdidas las esperanzas ante la idea de su ingreso, y con una economía que mejora la situación de muchos países europeos —es decir, con poco que ganar en la Unión—, el PM turco se inclinaría a replantear sus relaciones internacionales. Si bien, con su nueva victoria en las elecciones de junio, buena parte de la prensa occidental parecía mostrarse preocupada de la ausencia de democracia en el estado otomano. Todo muy extraño.

Expo, la revista de Stieg Larsson, realizó en 1997 un estudio sobre la extrema derecha en europea. Según Larsson, gozaba de tanto poder o más que en las elecciones previas a la llegada de las dictaduras fascistas.

«Naturalmente —dice el periodista—, cualquier comparación de esta índole es arriesgada: la situación de los años treinta no se puede comparar con la que nos encontramos setenta años más tarde. Pero la existencia de estos grupos antidemocráticos nos pone sobre aviso del estado en el que se halla la democracia. El denominador común de todos estos partidos es el cuestionamiento de la legitimidad de la sociedad democrática. Su mensaje propagandístico más frecuente es la afirmación de que, en cierto modo, los políticos democráticos no son más que unos villanos que hacen chanchullos, se lucran a expensas del pueblo y, además, han “vendido” o “traicionado” al país.»

En 1997 la situación no era comparable a 1929; en 2011, lamentablemente, sí. Y nadie desea enfrentarse a una crisis de tales dimensiones. Porque eso es lo que justificó la existencia de las dictaduras y lo que hizo comprender el sistema comunista como una alternativa a pensar. O como dijese Hobsbawm, «el mundo de la segunda mitad del siglo XX es incomprensible sin entender el impacto de esta catástrofe económica». ¿Dispuestos a repetir?


Ganser, Daniele (2005), Nato's Secret Armies (Operation Gladio and Terrorism in Western Europe). Londres, Cass.

Hobsbawm, Eric (2011), Historia del siglo XX. Barcelona, Crítica.

Lanchester, John (2010), ¡Huy! (Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar). Barcelona, Anagrama.

Larsson, Stieg (2011), La voz y la furia. Barcelona, Destino.

Soros, George (2009), El nuevo paradigma de los mercados financieros (Para entender la crisis económica actual). Madrid, Taurus.

jueves, 21 de julio de 2011

Algunas consideraciones sobre la destrucción creativa del papel

1. En España es habitual el comentario que exige responsabilidad a la industria editorial y critica su falta de compromiso con el libro electrónico. ¿Pero qué pasa con las librerías? Omitimos que una parte muy importante del libro electrónico es Jeff Bezos, pues aquel que desee un dispositivo de lectura óptimo acudirá a Amazon, USA. Por supuesto, más tarde encontrará que apenas hay mercado de novedades electrónicas en español. Aunque sí un inconmensurable almacén de textos estupendos, piratas y gratuitos en la red.

2. Hasta la fecha, el problema más grave al que pueda enfrentarse un autor es que (como dice Juan Cerezo citado por Rafael Reig) a los tres meses de su salida, un libro no sólo deja de interesar a la prensa sino que además desaparece de las librerías. Lo cual es una broma en comparación a lo que se avecina. O desde luego, en los últimos tiempos vengo percibiendo cómo ciertos libros vinculados a la edición independiente aparecen disponibles en la red. Basta conocer un par de webs y buscadores para conseguir valiosos volúmenes de casi cualquier disciplina. Es éste un asunto delicado que tal vez no haya sido discutido lo suficiente (si excluimos los estudios sobre piratería del libro planteados por instituciones más o menos grises), o que permanece en un segundo plano de la información cultural. Se busca proyectar el vaso medio lleno, se desea la implantación del libro electrónico, al mismo tiempo que se omite la cuestión más peligrosa; se la hace invisible, se evita que salga a la luz. ¿Qué ocurre con los problemas del libro digital? ¿Qué piensan los creadores? ¿Descargan ellos libros gratuitos o pagan religiosamente? ¿Qué haremos cuando la repercusión de la piratería textual equivalga a la musical?

3. Si a usted, escritor, no le agrada que descarguen gratuitamente su libro, ¿por qué ofrece contenidos gratuitos en su blog? ¿Resignación, tal vez?

4. Pensemos en prensa. A la crisis económica (menos publicidad a tarifas menores) se suma una crisis de negocio. El periódico, todos lo sabemos, es un artilugio inútil —no así sus contenidos, claro—. En primer lugar porque Internet exige menos costes que desplazarse hacia un quiosco y entregar un dinero innecesario; en segundo lugar porque si lo que yo necesito son artículos extractados de secciones o blogs puntuales en distintos periódicos, ¿para qué querré una única cabecera? “Nos encaminamos hacia la desaparición de los periódicos en papel. [...] Lo que ocurre es que no sabemos cuánto tiempo le queda”. Los anunciantes siguen invirtiendo en papel; entre tanto, los espacios digitales continúan vacíos de banners. Todos perdemos.

5. ¿Qué hemos perdido en esas crisis de modelo? Las firmas individuales, desde luego. En nuestro sacrosanto capitalismo, los blogs, de manera inquietante, se han convertido en una muestra de la filantropía y generosidad por parte de la especie humana, asumida tanto por sus gestores como por lectores. “Espacio público intelectual libre de publicidad y gratuito dirigido al intercambio libre de ideas”, reza el blog de Vicente Luis Mora. Y así, durante años todos hemos asistido al nacimiento de innumerables blogs y webs culturales creadas por el entusiasmo y la generosidad de sus bien formados colaboradores, y su consecuente hundimiento. Un modelo, por lo demás, insostenible. La buena información vale dinero.

6. Pensar la literatura o el periodismo cultural como entidades ajenas a su dimensión empresarial es negativo para todos. A estas alturas, acostumbrados a una calidad incuestionable en ambos entornos, retroceder —prescindir de tales contenidos— sería una derrota desastrosa. Podemos asistir al traspaso de los mejores talentos digitales al papel, donde el trabajo aún sigue siendo remunerado (a veces), si bien, si el papel no tardará en caer, no es ésta más que una salida de emergencia. ¿Y entonces, qué? ¿Nos resignaremos ante la divulgación de calidad? ¿Bajaremos la persiana metálica de nuestros blogs porque nuestro trabajo vale dinero y la cultura será filantrópica o no será? ¿Dejaremos de escribir y leer libros a causa de la piratería? Pues Bludigel, entonces.

lunes, 11 de julio de 2011

Genio americano, Lynne Tillman (traducción)


La comida aquí está mala, pero cada día hay algo que puedo tomar y que incluso me gusta, y hay una bañera, algo que en casa no tengo. Aquí puedo darme un baño cada día antes de la cena, que es a las 7.30 p.m. y por lo común poco gratificante. Pero no puedo esperar a la cena porque es el cierre oficial de mi jornada, y habrá gente alrededor con la que pueda hablar y con la que puedo entretenerme. A menudo me entretengo con las cosas que tengo que hacer, que creo estar obligada a realizar o supuestamente lo estoy. Pero aquí espero descubrir lo que puede servirme o lo que necesito saber, por ejemplo, sobre el resto de residentes en la comunidad.

A veces tengo ocasión de darme un baño antes de cenar. Me desvisto impaciente y lleno la antigua bañera victoriana con agua muy caliente, vierto aceite de baño bajo el grifo, tres tapones que supuestamente tonifican tu cuerpo, hidratan tu piel y alivian tu mente, y aunque nunca suceda, que mi mente nunca está aliviada, sigo en la bañera vertiendo generosamente aceite que dice aliviar la mente y ayudar a la piel. Mi piel está seca en invierno y también en verano, está seca todo el año, tengo una piel muy sensible, que es lo que la señora polaca que en casa me hace una limpieza de cutis cada dos meses me dice, repitiendo siempre que tengo limpieza de cutis, Tu piel es muy sensible, probablemente porque no tenemos mucho más de qué hablar. No tenemos mucho en común, pero escucho historias de su vida y sé que una vez estuvo casada y que ahora tiene citas con hombres y viajes y salidas con amigas.

Un día en que me hacía una limpieza de cutis en el salón de belleza, palabra majestuosa para un espacio angosto y deprimente, sonó el timbre y ella atendió la puerta. Es la única que trabaja ahí, salvo los fines de semana, cuando la propietaria, una mujer atractiva que se cuida bien y tiene dos hijos y un marido, trabaja, también. La mujer que me limpia el cutis no tiene marido ni hijos aunque le gustaría. También es atractiva y se cuida bien, y trabaja cinco días a la semana. En la puerta estaba el hombre del que me había hablado, que estaba persiguiéndola y proponiéndole citas, que ella rechazaba, disuadiéndole con evasivas. Pasó al espacio angosto.

Cuando la señora polaca, profesionalmente reconocida como cosmetóloga y esteticista, terminó de limpiar mis poros e hidratar mi piel sensible, él seguía ahí, esperando, guapo de una manera rústica y ceñudo, sentado en una silla fea, revestida de plástico, junto a la mesa con revistas de belleza pasadas de fecha. Lo miré, lo conocía ligeramente, pero no recordé de qué, lo que a menudo me sucede, muchas caras me resultan insoportablemente familiares y vagas, de modo que fue vergonzoso, pues él la estaba esperando, y yo no debía haberlo visto en aquella situación, en donde ella no quería quedar con él o quizá casarse con él o tal vez no, pues ella cuidaba a su madre, o era demasiado quisquillosa o en realidad los hombres no le gustaban. Posiblemente debí haberla alertado de que no era un buen hombre, era fácil verlo, por qué si no la sorprendería, llegando sin avisar y tal vez de manera indeseada a su lugar de trabajo, donde se supone que debería estar a salvo de tales incidentes, pero no lo hice, porque la gente, especialmente las mujeres, desean oír que tienen la piel sensible o que ellas mismas son sensibles. En teoría eso las distingue de los animales que no son sensibles del modo en que el ser humano lo es. Por lo común la piel de un animal no es sensible, aunque tengo un amigo cuyo gato tiene la piel sensible; a menudo tiene llagas en la boca y es alérgico a muchos tipos de comida, y mi gato, el que tuve que sacrificar porque me acosaba, tenía la piel seca y caspa. Los animales y algunos hombres son depredadores, aunque las gatas cazan mejor. La gente es extraña con sus animales. A mí me gustan los animales, especialmente gatos y perros, los pájaros, también, y a menudo me perturba el destino de los animales, aunque coma carne, pescado y aves de corral, y no valore el audible desdén o la silenciosa crítica de unos cuantos mojigatos vegetarianos que a veces se sientan aquí a mi mesa a cenar. Dos perros casi mataron a uno de los gatitos que nuestra familia de gatos dio a luz, casi lo rompe en dos, pero mi madre lo rescató y lo llevó al veterinario, donde lo cosieron y vivió. Mi madre amaba a nuestra familia de gatos, luego los traicionó después de que decapitasen y se comiesen a mi pájaro, y ninguno de nosotros, sus dos hijos, pudimos olvidar el terrible destino de nuestro gato, ciertamente yo no, incluso ahora que el cerebro de mi madre anda estropeado. Nadie saca el tema, ya no, aunque cuando mi madre habla ahora de la familia gatuna y de cuánto la quería, lo especiales que eran, aparto los ojos, miro al suelo, he de hacerlo, pues de lo contrario gritaría, Tú asesinaste al gato.

Antes de llegar aquí, un lector de tarot, cuyas predicciones habría desestimado, pues solo creo que el pasado pueda ser leído, aunque también sea incognoscible, pero el cual me pareció excepcionalmente sagaz, predijo que encontraría un obstáculo o una persona que cambiaría mi vida para siempre. Mis cartas eran poderosas, dijo, lo que escuché con incredulidad, aunque, según hablaba, pensé que no importaba lo que yo opinase sobre su filosofía, pues la idea ya había arraigado, una idea que vino en mi auxilio, un placebo, o una que deseé aceptar, pues la creencia es importante, todo, y también poca cosa, accesorio cual madeja de espuma. Sobre la predicción, no se lo dije a nadie, y mi vida cambió, pero no como previese el adivino.


Mis padres regalaron a mi perra, dijeron que no podían cuidar de ella, pero yo no les creí. Tenía que haber protegido a mi perra, que era buena, que era mi pasión, y nunca hizo daño a nadie, salvo, tal vez, a un fontanero. Cuando me fui de casa a los dieciocho, obligada por mis padres, cosa que para mi futuro tendría consecuencias que entonces no advertí, vino al apartamento, en donde por un tiempo residí con amigos, un fontanero, para arreglar el inodoro, cuando sólo yo estaba allí, y puesto que mi perra estaba nerviosa y tenía miedo, me protegía en un sitio nuevo y extraño, mordió al fontanero en la pantorrilla. A él le puso nervioso poder tener la rabia. Al día siguiente un policía vino a la puerta y entregó una citación, obligándome por ley a llevar a mi perra a ASPCA[1], a una división llamada BITES, en donde mi perra fue examinada, el perro más pequeño de un despacho feo, obviamente sin rabia, muerta de miedo ante el perro más grande que ladraba junto a ella, y fue después cuando devolví la perra a mis padres, pues no podía cuidar de ella. Ella no podía vivir en un apartamento, tras haber crecido en una casa con jardín en un vecindario donde cada mañana podía ir a pasear por la ciudad con su mejor amigo, Pepe, un caniche negro estándar, uno de los dos perros que magullaron y casi acabaron con el gatito, pero eso fue mucho tiempo atrás y ya estaba olvidado porque el gatito vivió y Pepe era muy buen amigo de nuestra perra, incluso a pesar de que una vez la mordió en los genitales y ella tuvo que ir al hospital de perros y gatos.

Cuando a la mañana siguiente Pepe vino a dar un paseo con ella por la ciudad y no estaba allí, se negó a salir de la casa hasta que mi madre abriese la puerta y le dejase buscarla, y solo entonces, después de subir las escaleras y luego bajarlas hasta el sótano, sólo entonces, al no encontrarla, Pepe se fue a casa. Entregué mi perra a mis padres para que estuviese a buen recaudo, hasta que pude hacerme cargo de ella, porque en invierno, cuando hay nieve en el suelo, mi perra no podía ir a pasear de manera educada ya que el ayuntamiento echa al pavimento sal con minerales perjudiciales a las patas de los perros, y mientras caminaba, gimoteaba y aullaba, y tenía que llevarla a un sitio donde hacer pipí y popó, y después de que lo hiciese, cargaría con ella de nuevo. La entregué a mis padres, entonces mis padres la regalaron, la hicieron matar, aunque insistieron en que alguien la adoptase, después de que mintiesen sobre su edad —tenía ocho, pero parecía más joven, sostuvo mi padre— de modo que fue adoptada bajo falsas esperanzas, y ninguno de nosotros, niños, jamás creímos la historia, que había sido adoptada, que no había sido sacrificada, pero no había nada que hacer, era demasiado tarde, estaba muerta.

Me había quedado dormida, absorta conmigo misma, sin pensar en el animal que adoraba, mientras me convencía de que la suya era una amenaza vana, porque era inconcebible que mis padres la regalasen, entonces mi perra murió. Conozco a una mujer que defendió a sus perros de las críticas incluso cuando atacaron a un gato callejero, que pudo haber sido despedazado y asesinado, y tampoco mostró ninguna preocupación por el gato u opinó que sus perros debieran estar bajo control; en lugar de eso, la dueña de los perros habló de otro gato que se había defendido con éxito de sus habituales perros sanguinarios, y, desde un lugar seguro, los atacó con su zarpa. Los gatos pueden defenderse por sí solos fue su argumento falaz, pero un animal doméstico no debería tener que saber cómo defenderse por sí solo de los perros depredadores. La gente defiende las malas acciones de sus animales, las suyas o las de sus hijos en lugar de afrontar el desagradable hecho de que hay algo que está mal en el animal, en sus hijos, en ellos mismos, con el mundo, y su tarea es admitirlo, incluso proteger al mundo de ello, ciertamente no suponer que no está ahí, que todo está bien, que ellos y sus animales son buenos, porque no era esa su intención, y no pueden ayudarse a sí mismos. En su lugar no hacen nada, aceptando la brutalidad de los animales, la suya propia, la de otra gente, y la del mundo, pues creen que no tiene que ver con ellos, quieren creer que no tiene nada que ver con ellos. Una bofetada en la cara no es una bofetada en la cara cuando procede de ellos, pues no era esa su intención, pues ellos tuvieron infancias tristes, sus padres regalaron a sus perros y gatos, sus padres los traicionaron y no los amaron.

Yo amo a mis animales. La gente ama a sus animales, el modo en que aman a sus propios pedos y todo lo demás sujeto a ellos que está cerca de ellos. Porque ellos no son sus animales o sus pedos, los aman. Los esquimales tienen un dicho, Todo hombre gusta del olor de sus propios pedos, cosa que la mayoría no admitirá. Conozco un hombre al que expulsaron de un restaurante de comida rápida porque se tiró un pedo. Una vez estuve en un restaurante cuando un chico obeso se tiró un pedo, el olor era sobrecogedor, y un amigo y yo tuvimos que movernos a otra parte del restaurante, pero el chico parecía feliz, porque le gustaba el olor de su propio pedo. Todo el mundo gusta de sus propios pedos, los que podrían expulsarlos de restaurantes o humillarlos en espacios públicos, donde la gente trata de actuar no como animales sino de manera sensible, si eso sirve de algo, pero nadie es lo bastante sensible con el resto de la gente. Son sensibles consigo mismos, sus animales, sus sentimientos y creencias, y el resto puede irse al infierno con sus perros, sus pedos y sus sentimientos.



[1] American Society for the Prevention of Cruelty to Animals

viernes, 1 de julio de 2011

Antinovelas con aroma a lavanda

Ahora, escribo,

Lolita Bosch

Periférica.

Cáceres, 2011. 198 págs.

Su crítico literario de cabecera difícilmente lo admitirá, pero el primer enfrentamiento contra un texto literario casi siempre viene condicionado a una razón de valores, moral, como quien dice, antepuesta a la lectura circunscrita sólo al texto. Digamos que mientras la literatura del canon queda excluida a semejantes juicios, cualquier texto contemporáneo se arriesga a ser tachado de cosas como sentimentaloide en exceso (“ese ruidoso lamento al amor perdido, sentío’ como cante jondo cañí”), imaginario caduco (“los punkis de Cooper bien están con Dennis”) o hábitos inverosímiles (“en su retiro de campo, la mujer de hoy ya no se aficiona a los animales como Flannery”). Nada de esto podría considerarse literatura stricto sensu, pese a lo cual, ahí es donde reside la primera y más crucial frontera que el texto debe atravesar, más aún cuando hablamos, como en el caso que nos ocupa, de literatura confesional, catártica o incluso terapéutica (piénsese en la estela de Levrero, Vila-Matas, Gracia Armendáriz o en el recientemente publicado Javier Avilés). Ahora, escribo, entonces, encuentra su principal asidero en la imponente y neurótica voz de la narradora, pensada para que el lector la confunda con la propia autora, y en la voluntad de este proyecto como libro secreto, esotérico (ahí quedan Bosch y sus menciones a la magia, los evangelistas de Santo Domingo y la astrología, haciendo un ocho al materialismo occidental). Ahora, escribo, también, se presenta como una invitación hacia un recinto para minorías. Bosch aclarará que el primero de los libros, Japón escrito, se editó previamente en una edición de autora, de la que se imprimieron doscientos ejemplares.

Como apéndice a La familia de mi padre (Mondadori, 2008), “Japón escrito” y “Donde está todo abierto” (primeros dos textos de Ahora, escribo) se arman como acto de contrición, o rendición ante ese ¿error? habitual del escritor que consiste en percibir, tiempo después de clausurar un libro, que el tema en torno al cual éste gravitaba no se encontraba ni mucho menos agotado. De manera más o menos simbólica, “Japón escrito” y “Donde está todo abierto” consienten ese instante letal en la carrera de un autor a partir del cual el infinito abanico de temas posibles quedará reducido a sus caprichosas, inexorables y solipsistas obsesiones. He aquí un ejercicio de humildad, por lo demás necesario, que se contrarresta con un culto al yo sagazmente gestionado. Alrededor de la resurrección del padre a través de la memoria (Carta al padre, Kafka, y Diario de duelo, Barthes, asoman necesariamente en el horizonte) circula una infalible iconografía del escritor: nostálgicos vuelos al DF vía Lufthansa, conversaciones con el psicoanalista, visitas a la casa de Orwell, viajes literarios, intimísimos correos hechos públicos, porros y emociones incontrolables en medio de la naturaleza salvaje, conversaciones con amigos del medio literario, conversaciones con editores, esa forma cada vez más popularizada de metaliteratura que habla de ser escritor antes que de estar escribiendo (“me han dicho […] que deje de escribir durante un tiempo […] que me sienta libre […] que no haga caso de ninguna presión externa […] Así dicen: libre, proyección pública, carrera literaria, estrategia”), etcétera.

Leemos: “He estado pensando, más que en cualquier otra cosa, en evitar este texto. No escribir en primera persona. No escribir sobre la escritura. No escribir sobre el libro anterior.” Bien. Dejemos a un lado esa desasosegante herencia del pensamiento estructuralista, según la cual todo lo que es susceptible de atenerse a una clasificación, automáticamente, dejaría de ser nuevo. Si la mala intuición nos sugiere que retomar ese aire modernista o de antinovela tan propio del siglo XX —así como volver al mito de la turbulenta vida del escritor que se tambalea ante la perspectiva de (no) escribir de nuevo—, no parece la vía más fructífera de acción, lo cierto es que un instinto parecido conviene que Lolita Bosch da nuevos aires a la antiliteratura. Tiene gancho. Y cosas que decir. Aunque se esfuerce en admitir lo contrario.

(publicado en Quimera, junio de 2011)