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jueves, 12 de febrero de 2009

Doctor Skinner

[...] Fue en una fiesta de recaudación de fondos para los niños de Honduras donde Pleonasmo Chief conoció al doctor Skinner. Para ser más precisos, señalaremos que el encuentro tuvo lugar en los urinarios de los water closet para hombres, justo cuando nuestro protagonista apuntaba al más extraño de los vómitos – aquel amasijo de tallarines radioactivos como recién cocinados; engullidos por el sujeto enfermo y regurgitados más tarde, limpios de cualquier ácido gástrico, fascinante homage a Duchamp, murmuró algo parecido el personaje con el cigarrillo colgándole del labio inferior. Alejandro Skinner tocó el hombro de Pleonasmo, decíamos, y le preguntó si no era él quien escribía columnas los lunes para cierto periódico de izquierdas, a lo cual Pleonasmo respondió que sí, se lavó las manos y estrechó la derecha del doctor en un acceso de sociabilidad, no tanto fruto de la bebida como atribuible al hecho de que jamás, jamás, en su carrera como crítico cultural nadie lo hubiera reconocido por la calle como si de una celebridad se tratara; situación que el bueno de Pleonasmo no quiso vincular al nivel cultural del país. Acto seguido los amigos de Skinner, enormes y teutónicas mujeres de vestidos moteados y barbudos aspirantes a cantautores de tamaño bolsillo, casi parecían llaveros, pensó Pleonasmo, y los amigos de este, Bucanero Chicano y Lucy Moreno, se reunieron a conversar sobre el estado de salud de la prensa española y sobre el estado de salud del deporte español y sobre el estado de salud del pop madrileñista, algo que aburrió de lo lindo a Bucanero y Lucy, acostumbrados como estaban a ser el centro de atención, bien como ilustrador de la experiencia Erasmus, bien como ejemplo de integración latinoamericana, pero que en contraposición consiguió expulsar a Lola Font de la memoria pleonasmática. La misma Lola Font a la que en mitad del concierto Pleonasmo telefoneó para compartir un track del último disco de The Secret Society. Ítem más: Bebiendo Heineken fresca en Malasaña mientras Pepo Márquez exige silencio a sus oyentes en tanto que desconoce por qué los asistentes a una conferencia guardan silencio sepulcral y aplauden al término de la misma, mientras ese otro público de conciertos mantiene la dudosa costumbre de hablar y hablar a gritos y situar la música en directo lo más parecido a ruido de fondo (especie de paráfrasis a la distinción de clase sobre la que Bourdieu investigó con acierto), hace que Pleo encuentre su sitio en el «centro de la modernidad», consciente de que si algún día llega a tener nietos no dudarán estos en carcajearse con fauces de sanguinario cancerbero a propósito del flash-b(l)ack setentero que caracterizó la cultura pop madrileña a comienzos del siglo xxi, algo así como el conservadurismo con que suele asociarse la vuelta a los clásicos. Obviamente, lo que sus nietos no querrán admitir es que Pleo vivió su tiempo con intensidad desmedida, prescindiendo de cordones sanitarios o de saludables distancias para leerse en perspectiva, tal como Antoine Compagnon sugiere [...]

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