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miércoles, 29 de octubre de 2008

Ensayos Prácticos. Para una hipotética retórica/ narrativa del vacío.

(Sartre-Bataille/ Baudrillard-Jameson)

Sartre recuerda que Bataille «se pregunta cómo expresar el silencio con palabras» (El hombre y las cosas). Esto me remite directamente a los desafíos de la narrativa encuadrada en/ que tiene que responder a una sociedad donde prima la «ausencia de reflexión»[1] (Jean Baudrillard) y la «falta de profundidad» (Fredric Jameson).

*

Si FRACASO (rotundo) también tiende a REAFIRMACIÓN (fórmula igualmente conocida como RABIETA DEL LACTANTE, por la cual —y mal que le pese a muchos— DESINTEGRACIÓN tiende a DESINTEGRACIÓN AL CUADRADO [honestamente, cierto es que vivo por y para esta Always Rethorical & Suburbial Sh*t®(!) patentada en los mismísimos LABORATORIOS IB-HAUS®: Podría pasar horas y horas así hasta expeler espumarajos liofilizados color turquesa vía bucal, preso del, oh, ¡ÉXTASIS TERESIANO™!]); entonces sí, es posible asimilar algún que otro significativo caso de intelectuales que, ante la imposibilidad de leerlo TODO —y cuando digo todo digo nada más y nada menos que doscientasmil BIBLIOTECAS DE ALEJANDRÍA—, optó por clavar en las CATEDRALES DEL SABER pasquines contra los reglamentos de la comunidad; de ¡NUESTRA! comunidad: de SCHOPENHAUER a BAYARD —que no BALLARD, ja, ja—, todos querríais ser LUTERO (el REY Martín Lutero). Fluye como Kid Koala. A lo que voy es: Del mismo modo que LA ROCHEAFOUCAULD pone el dedo en la llaga, atando peligrosos (menos)cabos entre el desdén por las riquezas del filósofo y su imposibilidad para tirar de cheque —de chekeraut!, digo— en el Club; admitamos estar en disposición para calificar como J****** FRACASADOS DE M***** a todos aquellos que sucumbieron ante el desafío de haberlo leído todo todo y todo. Y por eso a mí, IBRAHÍM B., se me ocurre dar a luz a IBRAHÍM B., quien a las veintitrés horas cuarenta y dos minutos once segundos del veintiocho de octubre de 2008, registraron sus párpados mutantes la última palabra de la última página del último libro que quedábale por leer, convirtiéndose así en BIBLIÓFILO DE TODOS LOS TIEMPOS: toda la literatura y toda la filosofía y toda la ensayística desde el origen de todos los tiempos aquí reunidas. Presten atención, pues, a sus próximas aventuras, porque suya es la hazaña por la que cualquiera de ustedes prostituiría a su mismísima madre con tal de. ¿Ves?, ¿cómo lo sabía yo? Tengo lo que tú quieres (La Mala Rodríguez dixit). Así que ya sabéis, hijos: LABORATORIOS IB-HAUS® se reserva el derecho de admisión a J****** FRACASADOS DE M*****. LABORATORIOS IB-HAUS® apuesta decididamente por hacer realidad tus (húmedos) sueños, Intellektuelle. LABORATORIOS IB-HAUS®, auténticas scorts pa’ tu hemisferio izquierdo/ derecho, loco.

[1] F. Beigbeder, en Socorro, Perdón: Le aseguro que la mayoría de los ateos con los que tropiezo tienen la misma preocupación que sus ovejas recién liberadas: evitar reflexionar. Es un trabajo a tiempo completo huir de las preguntas molestas (¿Soy feliz, soy una mierda, estoy enamorado? ¿Soy un muerto viviente abandonado en una tierra árida? ¿Tengo una razón para vivir y pagar tantos impuestos?)”

martes, 28 de octubre de 2008

Sexus, Sexus, Sexus

(Sobre los grandes temas del Humanismo: de la modernidad al siglo XXI en una rápida y sencilla pincelada)

(Freud – Nordström/ Ridderstale)


Freud: Eros & Tanatos, Amor & Muerte, Etcétera.

Nordström & Ridderstale:

Comprar y follar.
Comprar y follar es lo único que nos queda.
Comprar y follar conforman los sueños de nuestra época.
El controvertido escritor británico Mark Ravenhill afirma que comprar y follar son las dos únicas cosas que motivan a las generaciones más jóvenes. Comprar y follar es lo que les hace sentirse realmente vivos.

Achtung, Achtung. Reseñista a la vista.

O de cómo decodificar la crítica como ejercicio peligrosamente publicitario para targets inteligentes. Así que cuidado con que te la metan doblada, Honey Bunny.

Dice DFW en “La autoridad y el uso del inglés americano”, recogido en ‘Hablemos de langostas’:

En el Estados Unidos de hoy día, las reseñas típicas de libros responden a la lógica del mercado, y colocan de forma implícita al lector en el rol del consumidor. En términos retóricos, todo su proyecto deriva de una pregunta que resulta demasiado burda para plantearla de forma abierta: “¿Tiene que comprar usted este libro?”
Pierre Bayard, en su necesario ‘Cómo hablar de los libros que no se han leído’, iría mucho más allá y extendería el comentario a la totalidad de la literatura, no solo a la estrictamente comercial (sepa dios lo que esto signifique):

La primera de esas coacciones podría ser denominada la obligación de leer[1]. Vivimos aún en una sociedad, en vías de extinción bien es cierto, en que la lectura sigue siendo el objeto de una forma de sacralización. Esa sacralización apunta de manera privilegiada hasta cierto número de textos canónicos —la lista varía en función del entorno— que está prácticamente vedado no haber leído, so pena de ser desacreditado.
Aquí lo tienen.


[1] Otro día recuperamos a autores que, en vano, han intentado rebelarse contra este principio.

Erich Fromm: Más sobre liberalismo y sexualidad

Mucho me temo que Erich Fromm, en El arte de amar (1956), completa el excelente ensayo de Houellebecq integrado en Ampliación del campo…, y cierra el circulo sobre liberalismo y sexualidad:

Hay en la cultura contemporánea otro rasgo característico, estrechamente vinculado con ese factor. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercam­bio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los ne­gocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los pre­mios que se quiere conseguir. «Atractivo» significa habitual­mente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una persona dependen de la moda de la época, tanto física como mental­mente. Durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, una joven que bebía y fumaba, emprendedora y se­xualmente provocadora, resultaba atractiva; hoy en día la moda exige más domesticidad y recato. A fines del siglo XIX y comienzos de éste, un hombre debía ser agresivo y ambicioso -hoy tiene que ser sociable y tolerante- para resultar atrac­tivo. De cualquier manera, la sensación de enamorarse sólo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, debo resultarle de­seable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades mani­fiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bie­nes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas suscep­tibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable im­portancia en tal transacción. En una cultura en la que preva­lece la orientación mercantil y en la que el éxito material cons­tituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.

jueves, 23 de octubre de 2008

'A bordo del naufragio', o cómo inyectar el plus de sofisticación a la novela ¿juvenil?

Sigo sosteniendo —aunque cada vez menos, vaya— que cuando uno tiene 20 años, irremisiblemente ha de escribir en torno a y para dicho espectro etario; es parte, claro, de mi interpretación de la literatura como extensión de la sociología. De ahí mi fascinación por el primer Bret Ellis (lo que vendría después va al margen), Ryu Murakami, beats, Bukowski y el etecé etecé etecé del que aquí tanto se habla. En ese sentido, recientemente he tenido el gusto de dar con ‘Al borde del naufragio’ (finalista del Herralde de Novela en el 98), primera novela del periodista Alberto Olmos a la que me enfrento. Un texto que si bien en origen recuerda a la prosa más o menos punk/ juvenil de los noventa, aportará un componente de sofisticación ineludible, a saber, el tratamiento de la ansiedad y el cerebro descabalgado, la sexualidad[1] —claro— o la soledad extrema y misantropía no banales que caracterizan al narrador, incapaz de integrarse en el entorno universitario happy folks: «Tú no paras de hablar, aunque nadie te oiga». Brillante baldón que entronca con todo lo dicho en Anfetamina Essays, más otras maravillas como Sartre en ‘La Náusea’: «Yo vivo solo, completamente solo. Nunca hablo con nadie; no recibo nada, no doy nada»; el Irvine Welsh de Acid House y de ‘Trainspotting’ —este sí, amigos, punk de los píes a la cabeza—: «Yo era antitodo y antitodos. No quería gente a mi alrededor. Esta aversión no suponía una enorme ansiedad traumática; era simplemente la madura convicción de mi propia vulnerabilidad psicológica y mi incapacidad para la convivencia. Los pensamientos se hacía sitio a empujones en mi cerebro abarrotado mientras luchaba por ordenarlos de un modo que sirviera de motivaciones a mi apática existencia», y «Los colegas son una puta pérdida de tiempo. Siempre están dispuestos a arrastrarte hasta su nivel de mediocridad social, sexual e intelectual.»

Del mismo modo, el protagonista de ‘Al borde del naufragio’ no tardará en posicionarse y reivindicar su aportación frente a cierto tipo de novela juvenil: «Tú no eres como esos jóvenes que salen en los libros de jóvenes y que leen mayormente los jóvenes. A veces dudas de que alguien sea como ellos. Es que parece que sólo puede escribirse de exceso y no de miedo, que es lo principal, el miedo/ vértigo que llega con el cambio de edad, la incertidumbre diaria, esas cosas, en fin, de las que nadie ha escrito, nadie de hoy, se entiende, porque no saben escribir, sino sólo sumar viñetas costumbristas, a lo Mesonero pero peor todavía, y ni siquiera se puede decir que la literatura joven sean los jóvenes pintados por ellos mismos, más bien son los jóvenes inventados por cuatro listos, anglosajonizados y escasos.»

Lo dicho, muchachos, un placer para el paladar.



[1] «Te diriges a las escaleras. Subes mirando el culo de un chico. Cuando llegas arriba, puedes observarle mejor. Está bastante bueno. A veces tienes la impresión de que todo el mundo está bastante bueno menos tú. Le ves alejarse y se te ocurre que una de las causas o motivaciones que pueden llevar a la homosexualidad es la abstinencia», frente a: «No puedes soportarlo, no es que creas que follarte a una de esas niñas de calendario, de pasarela, de Dios, sea el mayor goce de un hombre (y en «hombre» incluyes a las mujeres), es que sabes que el sentido de la vida es conseguir una de esas féminas musicales y etéreas. Tú no ves nada mejor. Exacto: no ves.»

miércoles, 22 de octubre de 2008

De la Nouveau Roman al Afterpop: Sebreli-Fdez. Porta

Recuerda Juan José Sebreli en El olvido de la razón cómo la nouvelle roman trajo consigo un círculo autosuficiente entre escritores y críticos —nouvelle critique[1]: «se escribía una literatura hermética y autosuficiente que interesaba a los críticos, a los profesores, a los estudiantes de letras y a otros escritores (…) El creador literario reflexionaba sobre el lenguaje y el teórico, de ese modo, era tan creador como el autor[2], los límites entre uno y otro se desdibujaban (…) La nueva novela francesa era estructuralista por el predominio de la forma sobre el contenido —el significante sobre el significado—; además, consecuente con los postulados del dogma, desaparecía el personaje novelesco, es decir, el sujeto, y la trama, es decir, la historia (…) A veces el novelista también era teórico o los teóricos escribían pseudonovelas.» Bastante aplicable resulta el extracto de Sebreli a la ultimísima sensibilidad —crítica y ficcional— afterpop; o como admitiera en Inventario de mutantes el escritor Eloy Fernández Porta, comisario del reciente congreso Neo3, «Si la crítica capaz de teorizar sobre nosotros hubiera existido, no habríamos tenido que hacer nosotros el trabajo»


[1] Y sí, en efecto, Circular 07, entendido como maravilloso campo de pruebas en toda regla así como prosa de la sociología, en la cual además la ‘perversión’ teórica invade a sus anchas la ficción; es el mejor ejemplo para ilustrar lo que a continuación sigue.
[2] Visiten a estos muchachos: http://afterpost.wordpress.com/

Queneau-Burroughs-Sedaris. O esos pequeños hijosdeputa.

Antes de que Juan&½ y los creativos publicitarios se afanasen en explotar la madurez inadvertida de los menores de edad, la narrativa ya dio —y sigue haciéndolo, y muy bien— auténticas joyas de humor negro. Regresamos una vez más sobre cierto sampler de Burroughs, más otro del Raymond Queneau más punk, entroncando así con el relato ‘Deja que nieve’, del siempre descacharrante David Sedaris, en el cual unos hermanos son expulsados de casa por su propia madre («Nuestra presencia había interrumpido la vida secreta que llevaba mientras estábamos en el colegio, y cuando ya no pudo soportarlo más nos echó a la calle»), razón por la cual terminarán optando por que uno de ellos sea atropellado en la calle:
A.J. pasea por el mercado con capa negra y un buitre trepado en un hombro. Se detiene junto a la mesa de unos agentes.

—Les contaré algo bueno. Chico de quince años, en Los Ángeles. El padre dice que ya es hora de que eche su primer polvo. el chico tumbado en el césped leyendo tebeos. Sale el padre y dice: «Hijo, aquí tienes veinte dólares; quiero que te busques una buena puta y le pegues un buen palo.»

»De manera que coge el coche y se lo lleva a una casa de putas finas y le dice: “Bueno, hijo. Arréglatelas tú solo. Llama al timbre y cuando te abran le das los veinte dólares a la mujer y le dices que quieres pegarle un palo.”

»—Vale, papi.

»Como al cuarto de hora, sale otra vez el chico.

»—Qué, hijo, ¿ya has echado el palo?

»—Da buten. La fulana me abrió la puerta y le dije que quería pegar un palo y le solté los veinte machacantes. Subimos a su cuarto y se puso en pelotas y yo saqué mi cadena y le solté un palo del copón y la tía empezó armar semejante cristo que tuve que coger un zapato y machacarle la sesera. Después me la follé para quedarme contento.

William Burroughs, El almuerzo desnudo
*
—¿Se acuerda de la modista de Saint-Montron que se cargó a su marido de un hachazo en la cabeza? Pues era mamá. Y el marido, naturalmente, era papá. […] Menos mal que Georges nos echó una mano.

—¿Quién era ese Georges?

—Un salchichero. Sonrosado como un cerdito. El maromo de mamá. Y el que le dio el hacha (pausa) para cortar la leña (risita).



—[…] Y en eso vuelvo yo del fútbol, ah, se me olvidaba decir que estaba como una cuba, papá, claro… resumiendo, empieza a besarme, y hasta ahí todo normal, porque al fin y al cabo era mi papá, pero de repente va el tío y se pone a sobarme, y yo digo ni hablar del peluquín, eso sí que no, porque le veía venir al muy guarro de él, y al decirle que no, que eso jamás, pues se va el tío hacia la puerta, y la cierra con llave, y se guarda la llave en el bolsillo, y pone los ojos en blanco gritando igualito que en el cine, era fantástico, un vacile de primer orden. Te voy a pasar por la piedra, gritaba, te voy a pasar por la piedra, y hasta se le caía un poco de baba al decirme esas guarrerías, hasta que por fin se me echó encima. Lo evito por un pelo y, como estaba mamado, hale, de narices contra el suelo. Se levanta y otra vez a perseguirme, como en una del oeste. Por fin me atrapa y hale, a achucharme como antes. Pero en ese momento se abre la puerta sin hacer ruido, ah, porque se me olvidaba explicarle que mamá le había dicho que se iba a comprar fideos y chuletas de cerdo, pero no era verdad, lo decía para engañarle, porque estaba escondida en el lavadero, en el mismo sitio donde había dejado el hacha, y naturalmente se había llevado las llaves. Vaya una lagarta, ¿eh? […] Total, que abrió la puerta poco a poco y entró tranquilamente en la habitación, mientras el infeliz de papuchi pensaba en otra cosa, sólo tenía ojos para mí, y zas, hachazo que te crió en la mismísima chola.

(Extractos de Zazie en el metro, de Raymond Queneau)

Contra la subestimación del enemigo

Probablemente uno de los peores defectos que pueden advertirse en la narrativa contemporánea que intenta desarticular el Capital sea la subestimación del enemigo (véase reseña de Cut & Roll). A este respecto considero crucial la fascinación de Marx hacia los mecanismos del liberalismo sobre la que Deleuze incide en La isla desierta: «En El Capital de Marx hay un aspecto sobre el cual no se ha llamado suficientemente la atención, a saber, hasta qué punto está el propio Marx fascinado por los mecanismos capitalistas, precisamente porque son demenciales y, a la vez, funcionan a la perfección. ¿Qué es, entonces, lo racional en una sociedad? Puesto que los intereses ya están definidos por el marco de esa misma sociedad, lo racional es el modo en el que la gente los persigue y se propone su realización. Pero bajo los intereses están los deseos, las posiciones de deseo, que no se confunden con las posiciones de interés pero de las cuales dependen estas últimas, tanto en su determinación como en su distribución: un inmenso fluido, todos los flujos libidinales-inconscientes que constituyen el delirio de una sociedad.»

Más citas para Carta a D. (Camus-Shakespeare)

Lo exótico de Carta a D., en cuanto al modo de comprender las relaciones humanas, refrendado por dos peces gordos:

Desde luego que el amor verdadero es excepcional. Sobrevendrá más o menos dos o tres veces por siglo. En lo restante del tiempo lo que hay es vanidad o tedio.

Albert Camus, La caída

Y también, el triunfo de la voluntad:

Julieta. —¡Oh! ¿Piensas que nos volveremos a ver algún día?
Romeo. —¡Sin duda! Y todos estos dolores será tema de dulces pláticas en días futuros.

William Shakespeare, Romeo y Julieta

miércoles, 15 de octubre de 2008

Anfetamina Essays (de Catálogo de muerte)

[1] A mi entender, viene a ser a la música el dodecafonismo lo mismo que el monólogo interior en el Ulises de Joyce: prosa desesperada donde cabe trazar una constante entre la brutalidad sintáctica y semántica del personaje conforme mayor es la distancia que lo separa de la raza humana; del esfuerzo comunicativo con ésta: John Doyne, siguiendo a ese Aristóteles para bachilleres: «Ningún hombre es una isla», mas no confundir esto con deshumanización, ¡ojo!: Ginsberg: «Universe is Person. / Inside skull is vast as outside skull». Stockhausen es lo que te pasa por la cabeza cuando empiezas a parecerte a Schopenhauer, alma (!) fundadora del irracionalismo moderno: «Incluso la amistad auténtica es siempre una mezcla de egoísmo y compasión». O lo que es igual: siempre he querido escribir historias sobre kleenex, sacapuntas, un encendedor, células muertas, llaves, un reloj, ya veis: nada de individuos, algo así como Burroughs en Gato encerrado. Pero mejor.

domingo, 12 de octubre de 2008

Breve Historia de la Negritud Contemporánea Española (Capítulo II)

A su regreso de las aulas, y aún sin haberse desquitado del cartapacio infantil, Quincey Losada aprendió (sin mucha delicadeza, eso sí) la técnica del uppercut extralargo combatiendo contra cerdos radioactivos que pendían de sendos ganchos metálicos en un matadero refrigerado.
Ya desde pequeño, Losada siempre tuvo claro que lo suyo era ser un «jodido negro con conciencia de clase; un negro con las pelotas bien puestas». Designio este que le llevaría no solo a seguir los iconos que todo buen hombre de color ha de conocer a fin de ganarse El Cielo de los Negros (donde los ángeles son verdaderamente orondos y cantan tan bien como Barry White —no como James Brown, sino como Barry White—), sino también a abandonar algunos suculentos manjares como la comida tejana a la barbacoa y salsa picante y las hamburguesas K_nt_ck_ Fr__d Ch_ck_n o sus enormes cubos atiborrados de alitas de pollo para deleite de la comunidad latinoamericana asentada en Madrid, en aras, decíamos, de la dieta vegana y el humo de las plantas de marihuana crecidas bajo el respaldo de sus progenitores. Pero quien se rebela de pequeño —y además lo hace de manera inteligente, como Quincey— está condenado a rebelarse durante toda su existencia. Es por esto por lo que nuestro pequeño NGR con conciencia de clase decidió dejar de hacer ascos a todas las tentaciones perfiladas con el objeto de mermar la estamina mental en la figura del boxeador, a saber, chicas, drogas («¡esas nuevas hornadas de negros no dejan de meterse mierda blanca por la nariz, tíiiooo!», se quejaría ante un servidor el viejo Ricard Tres Dientes, entrenador de Quincey) e indisciplina generalizada.
En otras palabras, el boxeador razonó que el mero hecho de haber nacido como un hermano de color más, no podía condenarlo en modo alguno a seguir las pautas de comportamiento de tantos y tantos sujetos negros que lucharon por los derechos de los suyos: precisamente cabría considerar como un signo de igualdad entre quienes disponen de unos y otros genes que también los negros dejen achicharrarse el cerebro, hasta alcanzar la ascética textura de la mismísima gelatina, luego de una larga exposición a cierta cadena gringa de televisión musical. Más aún: «¿Por qué un NGR que de lunes a domingo extiende su manta en los vestíbulos de tantas y tantas estaciones de metro, y allí dispensa desde imitaciones de D_lc_ & G_b_nn_ (por si no lo sabían: la marca negra por excelencia, desde que P. Diddy comenzase a flirtear con J-Lo, tiros al aire mediante) hasta deuvedés y juguetes de cuerda, no iba a poder gastar sus [pingües] beneficios en una indumentaria por la que ningún blanco de clase media en su sano juicio estaría dispuesto a pagar? ¿Eh, eh, eh, qué tienes que decirme ante eso, chico?»
Y así es, damas y caballeros, como Quincey Losada se hizo un hombre; un hombre de bien (algo que luego rebatiremos) con derechos e integrado de lleno en su tiempo. Bravo por Quincey.

sábado, 11 de octubre de 2008

Breve Historia de la Negritud Contemporánea Española (Capítulo I, Re-Visited)


Arropado por su pequeño séquito de becarios informalmente ataviados, el co-director de marketing en la delegación peninsular de la Cadena de Cafeterías Verdes, Thomas Sjöblom, atraviesa un paso de peatones a la altura de Callao cuando es asaltado por lo que, a su juicio, ha de interpretarse como una brillante ocurrencia. Sjöblom se detiene con la gabardina doblada sobre su antebrazo frente a un bus descapotable para turistas extranjeros, casi en actitud intimidatoria, mientras el peatón verde parpadea a punto de desaparecer; levanta entonces unos centímetros el mentón y procede, con una voz capaz de eclipsar el estruendo del claxon: «Alguien que sepa explicarme, de manera razonada y sensata —no valen chistes sobre plantaciones de algodón ni cosas por el estilo—, por qué si hay un local que absorba (succione) toda la negritud de Gran Vía y aledaños, ese es sin duda el K_nt_cky Fr__d Ch_ck_n; y por qué sin embargo, cuesta tanto (por no caer en la distopía que supondría asumir de antemano la imposibilidad total e irremisible) hallar uno de esos pares de labios carnosos de uno de esos de primates supuestamente avanzados sorbiendo un capuchino helado en nuestra Cadena de Cafeterías Verdes, ¿eh, chicos?»

martes, 7 de octubre de 2008

Gabinete de estudios escatológicos. Vol. XXVIII

Empezó a lloviznar, y justo cuando yo me disponía a carraspear, Venus se cagó sobre la hierba, produciendo una serie de montañitas de mierda del tamaño de cacahuetes.

—¿No vas a recogerlo? —pregunté.

Paul señaló al suelo y silbó llamando al gran danés, que se acercó trotando y devoró todas las heces de un solo trago.

—Dime que ha sido un accidente —dije.

—Y una mierda un accidente. Con lo que me costó adiestrarlo para que lo hiciera—dijo Paul—. A veces le pone el morro en el culo y se traga la mierda directamente del grifo.

David Sedaris, Un vestido de domingo


Lean a este hombre, por el amor de Dios. Fresy Cool Shit, hermanos.

viernes, 3 de octubre de 2008

1, 2, 3: El desenlace

Meses más tarde 2 no podrá evitar morderse las uñas al memorar todos los estragos causados durante aquel verano de la discordia; por ejemplo, la noche en la cual tuvo que participar en el trasvase oral de hielos con 1 —con todas las consecuencias e implicaciones que eso pudiera tener—, para después acabar siendo descubierto en una promiscua situación con 4 (18 años, mujer, redactora en prácticas) por el hermano mayor de esta en el portal del seno familiar. Al día siguiente 1 reprobaría con toda su furia a 2 el hecho de instrumentalizar sus sentimientos a fin de alcanzar poco más que una sesión de —hablemos claro— sexo desasosegante, la violación del imperativo categórico y bla, bla, bla. Con más o menos descaro, 2 intenta hacer ver (inútilmente) a 1 que el juego es así, aunque la semana próxima será 2 quien observe atónito los artificiosos cariños que 1 y 4 se prestan. (¡1 y 4!) Por supuesto, 1 se disculpará con la mayor brevedad posible por haber robado a 2 lo que era suyo, y 2 dirá que estuvo bien, que ya empezaba a necesitar los brazos de Vishnu para sostenerse el ego, y que por tanto podríamos calificar como «saludable» tamaño jarro de agua fría. Eso por no hablar de la vergüenza provocada en 4, que derivaría en una brevísima etapa de castidad y encierro, o del sentimiento de culpa en 3 en lo que concierne al ejercicio de infidelidad practicado con 2.
La cosa es, ¿qué queda ahora de todo aquello?
1, 2 y 3 se largaron el periódico. 1 porque estaba cansado del holograma penitenciario que cualquier pequeña ciudad erige (e impone) a sus habitantes: la hostilidad del invierno, la coacción social que desestima toda posibilidad de poner en práctica un ocio constructivo e intelectual —no diremos inteligente; diremos, sin avergonzarnos por ello: intelectual—; en resumen, el hecho de no estar en el sitio adecuado en el momento preciso.
¿Adónde se fue? Bueno, tanto da. Lo que sí podemos precisar es que se calzó un sombrero Panama Jack y llenó una maleta de cartón y tomó un vuelo y llamó a 2 para decirle que ahora sí, «y a pesar de todo» (?), él también «tenía las jodidas pelotas en su sitio». (1sub1 también se diluyó en el camino). A 2 la llamada le hizo irremediablemente feliz. Rieron y memoraron durante más de media hora, y después jamás volvieron a hablar. Fue un interesante final para ambos.
Todo sea dicho, corrían también buenos tiempos para 2, que tras concluir su contrato de tres meses regresó a la Gran Ciudad y a sus clases universitarias. Entonces empezó a tomarse la vida de otro modo. Jamás madrugaba, escribía enfermizamente cosas que siempre acababan siendo borradas del disco duro, y fumaba en su cama de 135 centímetros cada amanecer lluvioso en la Gran Ciudad oyendo cosas como Chet Baker o Malevaje. Definitivamente no regresaría al bad trip a la baja cultura pop y el techno de postín.
A menudo, invadido por una nostalgia nada impostada, sospechaba que en buena medida la pequeña y delgada fisonomía de 3 era la que a él le fascinaría encontrar en pijama, crujiendo el parqué de su habitación cualquiera de esas mañanas pasadas por agua. Tiempos en los que estuvo enamorado hasta los huesos de 3. Claro que nuestro divertido amigo no tardaría en reponer a la fotógrafa por cualquier otro guarismo tan empático y tan atrayente.
¿Qué podía hacer si no?
¿Y 3? Ay, 3 sí que era una romántica de los pies a la cabeza. Rechazó a 2 porque su deber (han oído bien: deber) era 3sub1, y se fue de las oficinas porque la situación financiera no podía ser más deprimente; es decir que la primera de la larga lista de nóminas decapitadas fue la suya. Como ya saben desde el principio de esta peripecia, 3 y 3sub1 nunca podrán vivir bajo un mismo techo sin su cuota diaria de flagelación mutua: es un clásico del costumbrismo sentimental. Las cosas siguieron sin funcionar y 3 volvió al negocio familiar hasta que:
—¿Estás en la Gran Ciudad? —dijo 3.
—Sí. Claro —respondió, al otro lado del teléfono, 2.
—¿Qué tal te va? ¿Cuánto tiempo, no?
—Sí, la verdad es que sí. Estoy con una amiga tomando un café hipercalórico en Starbucks. Esta mierda sabe increíble, ¿sabes? ¿Y tú?
—Nada, he venido a traer unos cuantos curriculums. ¿Te apetece que nos veamos?
Y así, damas y caballeros, ad infinitum.