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martes, 4 de diciembre de 2007

Elisabeth en escala de grises (LA TRAGEDIA) (fragmento)

Lo mío es hablar en estado de shock; la inconsciencia, como la sociedad que frecuento. He recibo el golpe más duro de mi vida y sé que las secuelas (algunas de ellas) serán incurables. Estoy condenado a hablar congelado en el tiempo. Es terrorífico pensar en dar el paso definitivo sin ti, Elisabeth, por lo que prefiero anclarme en el limbo y deshacerme de cualquier emoción. Sin ti, querida, me conformo autista. Bebo cerveza en una discoteca del centro de Madrid cualquier día entre semana después del trabajo. Alrededor todo es jolgorio, risas y vasos de tubo que se caen y hielos que se convierten en agua de alcantarillas a nuestros pies. Suena Oasis, Nirvana, Lenny Kravitz, RHCP, Ozzy Osbourne. Yo, sin embargo, fijo la mirada en un punto cualquiera de los pósteres que empapelan las paredes del local y de repente veo el último recuerdo que de ti me queda. Hablamos a través de un programa de mensajería instantánea y estás tú en la esquina superior derecha de mi ordenador, envuelta por un albornoz y ante una taza de leche con cacao que te hace detener el discurso. Nos separa un filtro en escala de grises. Me dices, con una frivolidad que asombra; una frivolidad que, ante la ventaja de ver sin ser visto —tenía mi webcam estropeada, ¿recuerdas?—, me hace levantar de la silla agitando los puños, maldiciéndolo todo, secándome el sudor fío con un pañuelo de cachemir; me dices, digo, que estás cansada de la relación a distancia. Admites que será mejor que cada cual decida su camino en función de sus circunstancias, y me planteas: ¿para qué seguir arrastrando maletas hasta Barajas? Ay, Nicolás, Nicolás, precisamente esta mañana estuve discutiéndolo con Jennifer mientras engullíamos unos cruasanes recién orneados. Me dijo: Eli, deberíais tomaros un tiempo. No es una situación cómoda para ninguno de los dos. ¡No es una situación cómoda!, me dices que te dijo Jenny. ¡¡Maldigo la comodidad, maldigo el ideario de vida burguesa y maldigo que me pongas de excusa la molestia de los asientos de la aerolínea Vueling!! Fucking seats!, matizas. Son más incómodos que los de la EMT, llegas a decirme con tal de atenuar el golpe, si bien a mí todas tus excusas me parecen patéticas (al borde de la locura), pero… pero… pero… vendería a mi madre por recuperarte, Elisabeth. Vendería a mi madre y a mi padre a un traficante de órganos tailandés. Permanezco callado, me echo a llorar. Cualquier colega de la oficina me recomendaría ver el aspecto lúdico o irónico de la situación. ¿Pero es que nos hemos vuelto locos?. A mí todo esto me parece una tragedia espectacular como el Antiguo Testamento o Shakespeare; una tragedia para el siglo XXI. Concluyes tu exposición con las siguientes palabras: ¿te has parado a pensar en mí, Nico? ¡La city me necesita! Y yo no estoy dispuesta a abandonar el Támesis ni mi INTERPOL como tampoco tú lo estás para el Manzanares y tu agencia… Una chica me pide fuego. Se lo doy. Me lo agradece.
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PRÓXIMAMENTE nuevos fragmentos de Elisabeth en Escala de grises: «¿Sabía Vd. que las putas de Casa de Campo piden comida del Telepizza?»

1 comentario:

Anónimo dijo...

fuego